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Carros, aviones, trenes o autobuses, #10

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Muchas cosas suelen deprimirme, los días con mucho sol, las tardes sin brisa, las mañanas calurosas, los días exageradamente lluviosos, los lunes, los domingos, también algunos mensajes de texto -sobre todo los que no llegan-.

Pero suelo deprimirme con más frecuencia con los viajes, basta que me monte en un carro de pasajero para que la depresión venga atropellarme como un transbarca -lento pero contundente-, basta que me suba al transporte de la universidad y este se ponga en movimiento, para que la tristeza comience a perforar mi pecho para construirse una casita donde quedarse.

Mirar por la ventana, pensar en quién-sabe-cuántas cosas que nunca-nunca-nunca-nunca serán, es el detonante a ese vacío que se apodera de todo, esa inevitable avalancha de NADA que te aplasta tal elefante un lunes a las 6am en tu cama y que no te deja salir a la universidad o trabajar.

Los viajes tienen algo que me gusta tanto y sin embargo me deprimen infinitamente.