Muchas cosas suelen deprimirme, los días con mucho sol, las tardes sin brisa, las mañanas calurosas, los días exageradamente lluviosos, los lunes,
los domingos, también algunos mensajes de texto -
sobre todo los que no llegan-.
Pero suelo deprimirme con más frecuencia con los viajes, basta que me monte en un carro de pasajero para que la depresión venga atropellarme
como un transbarca -
lento pero contundente-, basta que me suba al transporte de la universidad y este se ponga en movimiento, para que la tristeza comience a perforar mi pecho para construirse una casita donde quedarse.
Mirar por la ventana, pensar en
quién-sabe-cuántas cosas que
nunca-nunca-nunca-nunca serán, es el detonante a ese vacío que se apodera de todo,
esa inevitable avalancha de NADA que te aplasta tal elefante un lunes a las 6am en tu cama y que no te deja salir a la universidad o trabajar.
Los viajes tienen algo que me gusta tanto y sin embargo me deprimen infinitamente.